La agresividad y otras conductas negativas en los humanos, ¿son un resultado de nuestra herencia biológica o son adquisiciones culturales?
Hoy está claro que ambas afirmaciones son ciertas a la vez, sobre todo después del estudio de nuestros parientes más cercanos, los primates superiores. Jane Goodall dedicó diez años a estudiar la conducta de los chimpancés y encontró muchas muestras de altruismo, ayuda mutua, ternura y sacrificio por los demás. A partir de entonces, le llegaron poco a poco noticias de conductas aberrantes de inusual crueldad (bebés asesinados por adultos, incursiones guerreras en los territorios de otros grupos, etc). Pronto quedó en evidencia que estas conductas estaban también muy extendidas y que los chimpancés de grupos distintos podían vivir en un estado de guerra permanente. Como los chimpancés poseen una cultura (transmisión de conocimientos y conductas de unos individuos a otros), parece claro que heredamos tanto genética como culturalmente los diversos modos del horror.
Jane Goodall es a pesar de todo optimista: cree que podemos controlar psíquica y culturalmente nuestros instintos más negativos, ya que podemos sentir empatía y compasión por los demás, y la plasticidad del cerebro humano permite que potenciemos conscientemente estos sentimientos. Ella misma pone varios ejemplos de reconciliación entre los chimpancés. Existen rituales que ayudan a solucionar los conflictos. Por ejemplo, la víctima de una pelea, aunque tenga miedo, se acerca con frecuencia al agresor emitiendo gimoteos, agachándose por el suelo y tendiendo la mano en ademán implorante. El agresor responde por lo general tocando, dando palmadas o incluso abrazando y besando a la víctima. Ésta se relaja y la armonía se restablece.
Las hembras parecen tener una tendencia más acusada para procurar la solución de los conflictos. Una hembra chimpancé en un zoo de Holanda demostró una habilidad fabulosa para resolver la tensión entre dos machos adultos tras una pelea, que amenazaba la armonía social. Se situó entre los dos machos y empezó a desparasitar (lo cual es muy relajante) a uno de los machos, y muy lentamente se iba acercando al otro, sin alejarse del primero. Luego dejaba de desparasitar a éste y se ocupaba del rival. Al cabo del rato, los dos machos estaban tan cerca que podían ocuparse simultáneamente de desparasitar a la hembra ellos también. Muy poco a poco ésta se escabulló de entre medias de los machos y estos, ya calmados por la sesión de aseo y liberados de la necesidad de dar el primer paso, empezaron a asearse mutuamente.
Frans de Waal, otro experto primatólogo, opina que los rituales de reconciliación son el producto de una habilidad social adquirida más que de un instinto: “Los monos dorados lo hacen cogiéndose de la mano, los chimpancés con un beso en la boca y los macacos de Tonkín abrazándose y chasqueando los labios. Cada especie sigue su propio protocolo de pacificación. Tomemos, por ejemplo, algo que he visto una y otra vez en los antropoides pero nunca en los otros monos: después de que un individuo ha atacado y mordido a otro, vuelve para inspeccionar la herida. El agresor sabe exactamente dónde mirar. Si el mordisco ha sido en el pie izquierdo, el agresor se dirige sin titubear al pie izquierdo de la víctima —no al derecho o al brazo—, levanta e inspecciona el pie dañado y luego comienza a limpiar o tratar de cerrar la herida. Esto sugiere una comprensión de causa y efecto del estilo de «si te he mordido, ahora debes tener un corte en el mismo sitio». También sugiere que los antropoides se ponen en el lugar del otro.”
Los bonobos son otra especie de chimpancé, con una sociedad dominada por las hembras, y en la que la actividad sexual tiene un papel importante en todo tipo de relaciones sociales y no siempre está ligada a la reproducción. Los bonobos sustituyen la agresión por el sexo (lo que no es mala idea). El sexo está presente en casi cualquier contexto social y por medio de todas las combinaciones entre parejas, tanto heterosexuales como homosexuales. No es que estén practicando el sexo a todas horas, (lo hacen de modo esporádico), pero éste parece constituir una parte completamente natural y relajada de su vida grupal.
Los bonobos recurren al sexo cuando encuentran alimento o un objeto atrayente, en parte para relajar la competencia. También lo usan en contextos agresivos: un macho celoso puede ahuyentar a otro de una hembra, pero para reconciliarse ambos machos recurrirán a un frotamiento genital. Las peleas entre hembras (por ejemplo, por cuestiones relacionadas con las crías), se solucionan también con un frotamiento de sus genitales. Los conflictos entre machos y hembras adultos, en los que la hembra podría recurrir muchas veces a la violencia, suelen aplacarse cuando la hembra pone en contacto su vulva con alguna parte del cuerpo del macho.
Otro medio de reconciliación ciertamente curioso es el de algunos monos cercopitecos (macacos, babuinos y similares). No tiene equivalente en otros grupos animales. La relajación y la disponibilidad para el perdón pueden ser despertadas por unos objetos que evocan en los animales adultos impulsos de protección y sentimientos de ternura: las crías de la propia especie. Como peluches vivientes, las crías de ciertos cercopitecos que retozan tranquilamente son a menudo raptadas sorpresivamente por machos adultos y presentadas a los machos dominantes como “ofrendas” o símbolos de aceptación de la jerarquía.Cuando un macho se siente agredido por otro, agarra a una cría que esté en las proximidades y se la enseña al agresor, lo que tiene la inmediata consecuencia de apaciguarle. A menudo se abrazan y la cría, que normalmente está asustada y empieza a chillar, es soltada e ignorada. Otras veces las crías son usadas como pasaportes en las incursiones de grupos de machos en el territorio de otros.En el mono de Gibraltar, los cuidados a las crías por parte de grupos de machos parecen tener la función de promover las relaciones sociales entre sus miembros. Las atribuladas crías son pasadas de unos a otros, manoseadas, zarandeadas y finalmente espulgadas por los machos.
Las crías son objetos de apaciguamiento muy poderosos. Una madre de macaco que porte a sus hijos tiene mucha menos probabilidad de ser atacada por miembros de su especie que otra que no los lleve.
Estos disparadores del apaciguamiento están a nuestro alcance también, aunque causen el estupor de nuestros enemigos y no siempre podamos agarrar a un niño que pase por la calle. Muchas veces, la simple sorpresa, la imaginación, el absurdo, el trastocamiento de las normas, nos sirven para desbaratar situaciones de agresividad y tensión.
Hoy está claro que ambas afirmaciones son ciertas a la vez, sobre todo después del estudio de nuestros parientes más cercanos, los primates superiores. Jane Goodall dedicó diez años a estudiar la conducta de los chimpancés y encontró muchas muestras de altruismo, ayuda mutua, ternura y sacrificio por los demás. A partir de entonces, le llegaron poco a poco noticias de conductas aberrantes de inusual crueldad (bebés asesinados por adultos, incursiones guerreras en los territorios de otros grupos, etc). Pronto quedó en evidencia que estas conductas estaban también muy extendidas y que los chimpancés de grupos distintos podían vivir en un estado de guerra permanente. Como los chimpancés poseen una cultura (transmisión de conocimientos y conductas de unos individuos a otros), parece claro que heredamos tanto genética como culturalmente los diversos modos del horror.
Jane Goodall es a pesar de todo optimista: cree que podemos controlar psíquica y culturalmente nuestros instintos más negativos, ya que podemos sentir empatía y compasión por los demás, y la plasticidad del cerebro humano permite que potenciemos conscientemente estos sentimientos. Ella misma pone varios ejemplos de reconciliación entre los chimpancés. Existen rituales que ayudan a solucionar los conflictos. Por ejemplo, la víctima de una pelea, aunque tenga miedo, se acerca con frecuencia al agresor emitiendo gimoteos, agachándose por el suelo y tendiendo la mano en ademán implorante. El agresor responde por lo general tocando, dando palmadas o incluso abrazando y besando a la víctima. Ésta se relaja y la armonía se restablece.
Las hembras parecen tener una tendencia más acusada para procurar la solución de los conflictos. Una hembra chimpancé en un zoo de Holanda demostró una habilidad fabulosa para resolver la tensión entre dos machos adultos tras una pelea, que amenazaba la armonía social. Se situó entre los dos machos y empezó a desparasitar (lo cual es muy relajante) a uno de los machos, y muy lentamente se iba acercando al otro, sin alejarse del primero. Luego dejaba de desparasitar a éste y se ocupaba del rival. Al cabo del rato, los dos machos estaban tan cerca que podían ocuparse simultáneamente de desparasitar a la hembra ellos también. Muy poco a poco ésta se escabulló de entre medias de los machos y estos, ya calmados por la sesión de aseo y liberados de la necesidad de dar el primer paso, empezaron a asearse mutuamente.
Frans de Waal, otro experto primatólogo, opina que los rituales de reconciliación son el producto de una habilidad social adquirida más que de un instinto: “Los monos dorados lo hacen cogiéndose de la mano, los chimpancés con un beso en la boca y los macacos de Tonkín abrazándose y chasqueando los labios. Cada especie sigue su propio protocolo de pacificación. Tomemos, por ejemplo, algo que he visto una y otra vez en los antropoides pero nunca en los otros monos: después de que un individuo ha atacado y mordido a otro, vuelve para inspeccionar la herida. El agresor sabe exactamente dónde mirar. Si el mordisco ha sido en el pie izquierdo, el agresor se dirige sin titubear al pie izquierdo de la víctima —no al derecho o al brazo—, levanta e inspecciona el pie dañado y luego comienza a limpiar o tratar de cerrar la herida. Esto sugiere una comprensión de causa y efecto del estilo de «si te he mordido, ahora debes tener un corte en el mismo sitio». También sugiere que los antropoides se ponen en el lugar del otro.”
Los bonobos son otra especie de chimpancé, con una sociedad dominada por las hembras, y en la que la actividad sexual tiene un papel importante en todo tipo de relaciones sociales y no siempre está ligada a la reproducción. Los bonobos sustituyen la agresión por el sexo (lo que no es mala idea). El sexo está presente en casi cualquier contexto social y por medio de todas las combinaciones entre parejas, tanto heterosexuales como homosexuales. No es que estén practicando el sexo a todas horas, (lo hacen de modo esporádico), pero éste parece constituir una parte completamente natural y relajada de su vida grupal.
Los bonobos recurren al sexo cuando encuentran alimento o un objeto atrayente, en parte para relajar la competencia. También lo usan en contextos agresivos: un macho celoso puede ahuyentar a otro de una hembra, pero para reconciliarse ambos machos recurrirán a un frotamiento genital. Las peleas entre hembras (por ejemplo, por cuestiones relacionadas con las crías), se solucionan también con un frotamiento de sus genitales. Los conflictos entre machos y hembras adultos, en los que la hembra podría recurrir muchas veces a la violencia, suelen aplacarse cuando la hembra pone en contacto su vulva con alguna parte del cuerpo del macho.
Otro medio de reconciliación ciertamente curioso es el de algunos monos cercopitecos (macacos, babuinos y similares). No tiene equivalente en otros grupos animales. La relajación y la disponibilidad para el perdón pueden ser despertadas por unos objetos que evocan en los animales adultos impulsos de protección y sentimientos de ternura: las crías de la propia especie. Como peluches vivientes, las crías de ciertos cercopitecos que retozan tranquilamente son a menudo raptadas sorpresivamente por machos adultos y presentadas a los machos dominantes como “ofrendas” o símbolos de aceptación de la jerarquía.Cuando un macho se siente agredido por otro, agarra a una cría que esté en las proximidades y se la enseña al agresor, lo que tiene la inmediata consecuencia de apaciguarle. A menudo se abrazan y la cría, que normalmente está asustada y empieza a chillar, es soltada e ignorada. Otras veces las crías son usadas como pasaportes en las incursiones de grupos de machos en el territorio de otros.En el mono de Gibraltar, los cuidados a las crías por parte de grupos de machos parecen tener la función de promover las relaciones sociales entre sus miembros. Las atribuladas crías son pasadas de unos a otros, manoseadas, zarandeadas y finalmente espulgadas por los machos.
Las crías son objetos de apaciguamiento muy poderosos. Una madre de macaco que porte a sus hijos tiene mucha menos probabilidad de ser atacada por miembros de su especie que otra que no los lleve.
Estos disparadores del apaciguamiento están a nuestro alcance también, aunque causen el estupor de nuestros enemigos y no siempre podamos agarrar a un niño que pase por la calle. Muchas veces, la simple sorpresa, la imaginación, el absurdo, el trastocamiento de las normas, nos sirven para desbaratar situaciones de agresividad y tensión.
-- Podéis ver también este interesante montaje de vídeo de Pablo Herreros Ubalde: Hacer las paces
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