Los psicólogos refieren un sinnúmero de casos de madres que han mantenido una pésima relación con sus hijas, hasta que estas últimas quedan embarazadas y, de forma casi instintiva, esa relación mejora.
Esto tiene relación con el papel, tremendamente importante, que han tenido las abuelas en la evolución distintiva de los humanos. Y nos conduce a otro enigma: la inmensa mayoría de los animales salvajes siguen siendo fértiles hasta que mueren. Pero las hembras humanas experimentan una caída en picado de su fertilidad desde los cuarenta hasta aproximadademente los 50 años, en que llegan a la completa esterilidad. La selección natural promueve genes responsables de caracteres que aumentan el número de descendientes. ¿Cómo es posible que dé como resultado que la totalidad de las hembras de una especie lleven genes que restrinjan su capacidad reproductiva?
Los cuerpos animales tienden a deteriorarse gradualmente con el tiempo y el uso. Nuestro cuerpo hace crecer constantemente nuevo pelo, células sanguíneas, etc. Podríamos vivir muchísimo más si sacrificáramos todo a la reparación y cambiáramos todas las partes de nuestros cuerpos con frecuencia. Pero los recursos gastados en la reparación consumen los recursos disponibles para la reproducción. La selección natural ajusta las inversiones relativas en reparación y reproducción de forma que se maximice la transmisión de genes a la prole. El equilibrio entre reparación y reproducción difiere entre las especies. Algunas escatiman en reparación y producen crías rápidamente, pero mueren pronto, como los ratones. Otras especies, como nosotros, invierten fuertemente en reparación, viven durante casi un siglo y en ese tiempo pueden producir una docena de bebés.
El cuerpo más eficientemente construido es aquel en el que todos los órganos se desgastan por completo aproximadamente al mismo tiempo. El diseño de nuestros cuerpos, que evolucionó a través de selección natural, encaja con este principio, con una sola excepción: la menopausia femenina. La capacidad reproductiva de las mujeres cesa completamente algunas décadas antes de la muerte esperada, en contraste con otros aspectos, en que los humanos hemos desarrollado un envejecimiento retrasado.
Debemos explicar cómo la estrategia evolutiva aparentemente contraproducente de hacer menos bebés podría dar como resultado que haga más. A medida que una mujer envejece puede hacer más por incrementar el número de personas que llevan sus genes mediante la dedicación a sus hijos existentes, sus nietos y sus otros parientes que produciendo otro hijo más. Esto se puede explicar por varios hechos: uno es el largo período de dependencia parental de la cría humana, más largo que en cualquier otra especie animal. El niño permanece dependiente de sus progenitores, especialmente de su madre, hasta la adolescencia. En las sociedades tradicionales, la muerte temprana de la madre o del padre perjudicaba la vida de un niño incluso aunque el progenitor superviviente se volviera a casar, debido a conflictos con los intereses genéticos del padrastro o madrastra. Un joven huérfano que no era adoptado tenía pocas posibilidades de supervivencia.
Así que una madre cazadora-recolectora que ya tiene varios hijos se arriesga a perder algunas de sus inversiones genéticas en ellos si no sobrevive hasta que el más pequeño es por lo menos un adolescente. Además, el nacimiento de cada hijo hace peligrar inmediatamente a los hijos anteriores de la madre debido al riesgo de muerte durante el parto. En la mayoría de las demás especies animales este riesgo es insignificante. En las sociedades tradicionales humanas, el riesgo era mucho más elevado y aumentaba con la edad. Incluso en las prósperas sociedades occidentales del siglo xx, el riesgo de morir dando a luz es siete veces más elevado para una madre que haya superado los 40 años que para una de 20. También aumenta el riesgo de muerte de la madre por el agotamiento por lactancia, así como por acarrear un niño pequeño y trabajar más duro para alimentar más bocas. Por otro lado, las crías de las madres más viejas tienen cada vez menos probabilidades de sobrevivir o de nacer sanas.
Así pues, a medida que una mujer se hace mayor, es muy probable que haya acumulado más niños; también ha estado cuidándolos más tiempo, por lo que con cada sucesivo embarazo está poniendo en riesgo una inversión mayor. La madre mayor está asumiendo más riesgo por una ganancia potencial menor. Es éste un conjunto de factores que tenderían a favorecer la menopausia femenina humana. Una mujer no menopáusica que muriera de parto, o mientras se halla cuidando de un niño, estaría destruyendo incluso algo más que su inversión en sus hijos anteriores. Esto se debe a que el hijo de una mujer comienza con el tiempo a producir hijos propios, y estos niños cuentan como parte de la inversión previa de la mujer.
Esto tiene relación con el papel, tremendamente importante, que han tenido las abuelas en la evolución distintiva de los humanos. Y nos conduce a otro enigma: la inmensa mayoría de los animales salvajes siguen siendo fértiles hasta que mueren. Pero las hembras humanas experimentan una caída en picado de su fertilidad desde los cuarenta hasta aproximadademente los 50 años, en que llegan a la completa esterilidad. La selección natural promueve genes responsables de caracteres que aumentan el número de descendientes. ¿Cómo es posible que dé como resultado que la totalidad de las hembras de una especie lleven genes que restrinjan su capacidad reproductiva?
Los cuerpos animales tienden a deteriorarse gradualmente con el tiempo y el uso. Nuestro cuerpo hace crecer constantemente nuevo pelo, células sanguíneas, etc. Podríamos vivir muchísimo más si sacrificáramos todo a la reparación y cambiáramos todas las partes de nuestros cuerpos con frecuencia. Pero los recursos gastados en la reparación consumen los recursos disponibles para la reproducción. La selección natural ajusta las inversiones relativas en reparación y reproducción de forma que se maximice la transmisión de genes a la prole. El equilibrio entre reparación y reproducción difiere entre las especies. Algunas escatiman en reparación y producen crías rápidamente, pero mueren pronto, como los ratones. Otras especies, como nosotros, invierten fuertemente en reparación, viven durante casi un siglo y en ese tiempo pueden producir una docena de bebés.
El cuerpo más eficientemente construido es aquel en el que todos los órganos se desgastan por completo aproximadamente al mismo tiempo. El diseño de nuestros cuerpos, que evolucionó a través de selección natural, encaja con este principio, con una sola excepción: la menopausia femenina. La capacidad reproductiva de las mujeres cesa completamente algunas décadas antes de la muerte esperada, en contraste con otros aspectos, en que los humanos hemos desarrollado un envejecimiento retrasado.
Debemos explicar cómo la estrategia evolutiva aparentemente contraproducente de hacer menos bebés podría dar como resultado que haga más. A medida que una mujer envejece puede hacer más por incrementar el número de personas que llevan sus genes mediante la dedicación a sus hijos existentes, sus nietos y sus otros parientes que produciendo otro hijo más. Esto se puede explicar por varios hechos: uno es el largo período de dependencia parental de la cría humana, más largo que en cualquier otra especie animal. El niño permanece dependiente de sus progenitores, especialmente de su madre, hasta la adolescencia. En las sociedades tradicionales, la muerte temprana de la madre o del padre perjudicaba la vida de un niño incluso aunque el progenitor superviviente se volviera a casar, debido a conflictos con los intereses genéticos del padrastro o madrastra. Un joven huérfano que no era adoptado tenía pocas posibilidades de supervivencia.
Así que una madre cazadora-recolectora que ya tiene varios hijos se arriesga a perder algunas de sus inversiones genéticas en ellos si no sobrevive hasta que el más pequeño es por lo menos un adolescente. Además, el nacimiento de cada hijo hace peligrar inmediatamente a los hijos anteriores de la madre debido al riesgo de muerte durante el parto. En la mayoría de las demás especies animales este riesgo es insignificante. En las sociedades tradicionales humanas, el riesgo era mucho más elevado y aumentaba con la edad. Incluso en las prósperas sociedades occidentales del siglo xx, el riesgo de morir dando a luz es siete veces más elevado para una madre que haya superado los 40 años que para una de 20. También aumenta el riesgo de muerte de la madre por el agotamiento por lactancia, así como por acarrear un niño pequeño y trabajar más duro para alimentar más bocas. Por otro lado, las crías de las madres más viejas tienen cada vez menos probabilidades de sobrevivir o de nacer sanas.
Así pues, a medida que una mujer se hace mayor, es muy probable que haya acumulado más niños; también ha estado cuidándolos más tiempo, por lo que con cada sucesivo embarazo está poniendo en riesgo una inversión mayor. La madre mayor está asumiendo más riesgo por una ganancia potencial menor. Es éste un conjunto de factores que tenderían a favorecer la menopausia femenina humana. Una mujer no menopáusica que muriera de parto, o mientras se halla cuidando de un niño, estaría destruyendo incluso algo más que su inversión en sus hijos anteriores. Esto se debe a que el hijo de una mujer comienza con el tiempo a producir hijos propios, y estos niños cuentan como parte de la inversión previa de la mujer.
Especialmente en las sociedades tradicionales, la supervivencia de una mujer es importante no sólo para sus propios hijos sino también para sus nietos. El papel ampliado de las mujeres posmenopáusicas ha sido explorado por la antropóloga Kristen Hawkes. Ella y sus colegas estudiaron el forrajeo de mujeres de diferentes edades entre los cazadores-recolectores hadza de Tanzania. Las mujeres que dedicaban la mayoría de su tiempo a recolectar alimento (especialmente raíces, miel y fruta) eran posmenopáusicas. Las abuelas hadza compartían el excedente de su cosecha de alimento con parientes cercanos, como sus nietos e hijos crecidos.
Pero hay todavía una virtud más de la menopausia: la importancia de la gente mayor para toda la tribu en las sociedades prealfabetizadas, como depositaria de conocimientos, sobre todo de las estrategias a seguir en el caso de catástrofes y cambios ambientales inusuales. Por supuesto, los humanos no son la única especie que vive en grupos de animales genéticamente emparentados y cuya supervivencia depende de la sabiduría adquirida transmitida culturalmente (es decir, no genéticamente) de un individuo a otro.
Pero hay todavía una virtud más de la menopausia: la importancia de la gente mayor para toda la tribu en las sociedades prealfabetizadas, como depositaria de conocimientos, sobre todo de las estrategias a seguir en el caso de catástrofes y cambios ambientales inusuales. Por supuesto, los humanos no son la única especie que vive en grupos de animales genéticamente emparentados y cuya supervivencia depende de la sabiduría adquirida transmitida culturalmente (es decir, no genéticamente) de un individuo a otro.
Los calderones, la otra especie de animal en la que la menopausia femenina está bien documentada, son un ejemplo fundamental. Al igual que las sociedades tradicionales humanas de cazadores-recolectores, los calderones viven en «tribus» (llamadas escuelas) de 50 a 250 individuos, en las que se cree que hay transmición cultural de conocimientos. Los estudios genéticos han mostrado que una escuela de calderones constituye una enorme familia, en la cual todos los individuos están emparentados unos con otros. Un porcentaje sustancial de las hembras adultas de calderón en una escuela es posmenopáusico. En noviembre de 2.009, se ha informado de que un equipo de científicos halló a dos monos al cuidado de sus abuelas entre un grupo de macacos que viven libremente en la región de Katsuyama, en Japón. Este comportamiento -que incluye cuidados básicos así como amamantamiento-, constituye la primera evidencia indiscutible de esta relación en primates no humanos.
A pesar de que esta explicación de la menopausia humana es muy lógica y plausible, aún necesita su corroboración experimental. Recientemente se han publicado varios estudios que la apoyan. Mirkka Lahdenpera y sus colegas de la Universidad de Turku, en Finlandia, examinaron las partidas de bautismo y defunción de Canadá y Finlandia, durante los siglos XVIII y XIX. Los resultados, publicados en la revista Nature, parecen concluyentes. En estas sociedades, las mujeres ‘ganaron’ una media de dos nietos por cada década que sobrevivieron por encima de los cincuenta. De hecho, la presencia física de la ‘matriarca’ resultaba crucial; cuando vivía a más de 20 km de sus hijas, éstas producían un número de nietos significativamente menor que cuando la abuela vivía en el mismo pueblo. Esto sugiere que el resultado no se debe a un sutil efecto genético, que pudiera relacionar la longevidad de la abuela con la fertilidad de las hijas, sino más bien al efecto beneficioso que ejerce aquella sobre la crianza.
Es lógico esperar que el ‘efecto abuela’ se produzca en mayor medida cuando las condiciones de vida sean relativamente duras y la mortalidad infantil sea alta. Los datos reales procedentes de África indican que la menopausia crea abuelas sin hijos a su cargo que aumentan las posibilidades de supervivencia de los nietos. Daryl Shanley y sus colaboradores de Newcastle University han analizado datos sobre los nacimientos y muertes de 5500 personas en Gambia entre 1950 y 1975, antes de que llegara allí la medicina moderna, y por tanto en una situación que se aproximaba bastante a las condiciones experimentadas por las mujeres durante la evolución humana.
Los datos revelan que un niño tenía 10 veces menos posibilidades de sobrevivir si la madre moría antes de que aquel cumpliese los dos años de edad, y que un niño de entre uno y dos años de edad tenía el doble de posibilidades de sobrevivir si su abuela vivía en ese tiempo. Otros familiares no parecen tener ningún efecto significativo. Para comprobar que la menopausia no se debía a un mecanismo destinado a minimizar las muertes por parto en mujeres de edad avanzada, los investigadores usaron además un modelo matemático para calcular el ritmo de crecimiento de la población si la edad máxima a la que la mujer podría concebir se aumentase de los 50 a los 65 (una edad a la que la mujer es más proclive a morir antes de que el hijo tenga dos años). Encontraron que esto afectaba negativamente sólo a unos pocos niños. Para comprobar la hipótesis del beneficio para los nietos de la abuela, el grupo de investigadores creó otro modelo en el que la mujer ayudaba a los vástagos de sus hijos, encontrando que así conseguía doblar las expectativas de vida de estos nietos. Introduciendo una variedad de genes para controlar la menopausia vieron cómo se podrían haber seleccionado los que provocan la menopausia a los 50. Cuando la menopausia pasa a esta edad alrededor del 60% de los niños tienen abuela viva que no tiene niños propios que cuidar, pero si ocurre a los 65 años el porcentaje cae al 10%. Sin embargo, si la menopausia ocurre más tarde el modelo predice que la población crece más lentamente o incluso declina y que el óptimo se da en a los 50 años. El efecto es incluso más dramático cuando las abuelas ayudan además a otros niños.
Nota: se puede encontrar más información en el capítulo 6 del libro ¿Por qué es divertido el sexo? , de Jared Diamond.
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