martes, 25 de diciembre de 2012

Mamíferos venenosos

Lori perezoso (Nycticebus kayan)
 
No solemos asociar a los mamíferos con la idea de veneno. ¿Os imagináis cómo podrían ser nuestras pesadillas si hubiera ratas venenosas, murciélagos con un mortífero aguijón o elefantes capaces de lanzar un chorro de ardiente veneno por la trompa?


Los ornitorrincos, almiquíes y musarañas no son animales especialmente temidos por la gente, pero lo cierto es que son venenosos. Los machos de los ornitorrincos tienen un espolón en sus patas traseras que está hueco y conecta con una glándula de veneno. Éste causa un dolor fortísimo en el hombre y puede matar a un perro. Los almiquíes (insectívoros caribeños del tamaño de una rata grande) y muchas musarañas poseen una saliva tóxica y una sola mordedura de la blarina de cola corta (Blarina brevicauda) puede matar a casi 200 ratones.


Todos los mamíferos venenosos pertenecen a grupos primitivos (monotremas e insectívoros), aunque esto no quiere decir automáticamente que el veneno fuera una característica ancestral de los primeros mamíferos o de sus antecesores inmediatos. Algunos de estos animales, al tiempo que retienen caracteres primitivos, presentan otros muy especializados, por lo que el veneno puede haber sido adquirido en una etapa avanzada de su evolución.


El caso de los monotremas es el más enigmático, porque los espolones venenosos situados tras la rodilla sólo están presentes en los machos. En los ornitorrincos son plenamente funcionales e incluso pueden ponerse rígidos desde unos repliegues de piel que los cubren, pero en los equidnas no son funcionales. Si el veneno sirve de defensa a estos animales, ¿por qué no lo poseen las hembras?


La glándula venenosa de los ornitorrincos varía su actividad a lo largo del año, en cuanto a su tamaño y a la toxicidad del veneno producido (que provoca la coagulación de la sangre). La actividad de la glándula se acentúa en el mes de junio, inmediatamente antes de iniciarse la reproducción. Quizá el veneno tiene un papel en las peleas por la delimitación de los territorios por los machos. O quizá sirve para proteger a la pareja en el momento del apareamiento, en el que es más vulnerable ante los depredadores. Aunque los depredadores actuales de los ornitorrincos (y también de los equidnas) son escasos (y estos últimos ya cuentan con sus espinas como defensa). Es probable que el veneno surgiera para hacer frente a depredadores que ya se extinguieron.


Los almiquíes (género Solenodon) son insectívoros que presentan muchos caracteres primitivos. Quizá debido a ello, sólo han podido persistir en islas, en las cuales frecuentemente la presión de depredación es menor que en los continentes. Hay dos especies, una en Cuba y otra en Haití. En esta última, se ha podido comprobar la toxicidad de su veneno, pues la saliva procedente de ejemplares muertos fue inyectada por vía intravenosa a ratones y bastó una pequeña cantidad para matarlos en menos de cinco minutos (y es posible que la actividad del veneno estuviese atenuada después de la muerte del animal).


Estos animales poseen un largo hocico cartilaginoso con el que a veces sujetan a sus víctimas (grandes invertebrados y pequeños vertebrados), a los que paralizan con su mordedura. Las glándulas salivales venenosas desembocan en la base de los grandes incisivos inferiores y parte del veneno puede penetrar bastante en la herida. Se cuenta que a un científico le mordió un almiquí y le dejó cuatro marcas de sus incisivos. Las heridas de los incisivos superiores curaron sin problemas, pero las de los inferiores se inflamaron.


Muchas musarañas de la familia soricidae poseen una saliva venenosa y al menos en algunos casos se ha comprobado que les sirve para dominar a invertebrados grandes. Aunque el veneno de la blarina de cola corta es muy activo, las musarañas no son peligrosas para el hombre, a pesar de que en la mitología popular a veces se las ha considerado más venenosas que las víboras y se ha creído que el envenenamiento podía producirse sólo por tocarlas.


La razón de ello es que las musarañas no poseen estructuras capaces de inocular el veneno profundamente en el cuerpo del animal al que muerden (están muy lejos de los mortíferos dientes huecos de las víboras). La saliva escurre de la herida y no llega a causar una intoxicación (debido a ello, los lagartos del género Heloderma, los únicos venenosos, tienen la horrenda costumbre de dedicarse a mordisquear la herida, para que el veneno penetre bien).
 
 
 
En los últimos años, los científicos se han llevado dos sorpresas que amplían bastante el elenco de mamíferos venenosos. La rata crestada africana (Lophiomys imhausi) mastica la corteza de un árbol tóxico, la acocantera o laurel tóxico, para impregnar con su veneno, la ouabaína, su pelaje. Los pelos son huecos y absorben bien la toxina, que es muy potente y es usada por los indígenas de Kenia para envenenar sus flechas.
 
 
 
Un animal de un grupo taxonómico bastante alejado de los anteriores, un primate, el lori perezoso Nycticebus kayan, del sur y sudeste de Asia, posee una glándula venenosa en la cara interna del codo, que el animal lame para que el veneno pase a los dientes. El veneno les sirve para someter a sus pequeñas presas y también como defensa, ya que puede causar un choque anafiláctico en el atacante. Las madres impregnan con el veneno el pelaje de sus crías para protegerlas.
 
 
 
Un artículo muy interesante sobre la evolución y función del veneno en los mamíferos es: "Pequeños pero feroces: mamíferos venenosos", de Juan Rofes y Gloria Cuenca Bescós.

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